El Efecto Placebo ¿Por qué me he curado?

El efecto placebo

Nadie está libre de padecer alguna enfermedad en algún momento de la vida, y de ahí el interés general por encontrar la fórmula para recuperar la salud. Son varias las perspectivas desde las que se estudia este problema. Una de las más interesantes, quizá por el protagonismo del paciente en la curación o por las controversias que desata, es el llamado efecto placebo.

El efecto placebo es un tema que lleva generando controversia desde hace décadas. Un placebo se puede definir como una sustancia inocua que, careciendo por sí misma de acción terapéutica, produce algún efecto curativo en el enfermo si este la recibe convencido de que esta sustancia posee realmente dicha acción; es decir, el placebo presenta un efecto terapéutico derivado de la creencia o expectativa del paciente en su eficacia. En esta descripción aparecen dos aspectos clave: el placebo no posee acción terapéutica por sí mismo y el paciente tiene que estar convencido de su eficacia.

Vamos a exponer las posiciones que mantienen al respecto las distintas partes interesadas en dar una explicación a esta cuestión.

Industria farmacéutica y medicina convencional

Mantienen que admitir un efecto curativo consecuencia de la creencia del paciente en mejorar es como afirmar que las personas tenemos el poder de curarnos a nosotros mismos a través de una aptitud y pensamientos positivos de mejora y recuperación de la salud. Pero, ese efecto terapéutico, ¿Podría tener origen en las llamadas capacidades ocultas de la mente?

La poderosa industria farmacéutica rechaza de plano una respuesta positiva a esta pregunta por las consecuencias nefastas que tendría para su negocio reconocer dichas facultades mentales, y en consecuencia, ofrece una serie de explicaciones para obviar esa posibilidad. En su tarea de investigación para comercializar nuevos fármacos necesita utilizar un placebo para comprobar la eficacia de un medicamento, y en los ensayos clínicos los nuevos fármacos se deben comparar con sustancias que no son activas. Se trata de conocer el porcentaje de pacientes que se curan sin tratamiento para la enfermedad en estudio y así podemos descontar de la aparente eficacia del medicamento las curaciones que se darían de todas formas.

En este punto se presenta una paradoja para la industria de los medicamentos: en los ensayos clínicos es necesario utilizar el placebo para definir la utilidad clínica del nuevo fármaco, y en este proceso aparece el “efecto placebo”, que se convierte en una consecuencia perjudicial para los intereses económicos de la industria médica. Esta argumenta que ese porcentaje de “curaciones espontáneas” se puede atribuir a la historia natural de la enfermedad o al curso que sigue una enfermedad sin tratamiento; también alude a una mejor y mayor atención médica en el seno de los ensayos clínicos, que redunda en un mejor cumplimiento de las medidas terapéuticas por el paciente, y por último, a la actitud positiva del paciente: al creer que está siendo tratado con un medicamento activo, promueve la recuperación a través de mejorar el cumplimiento de los consejos médicos.

Entonces, si descontamos el efecto de la historia natural de la enfermedad, el de la interacción con el personal sanitario y el producido por la actitud positiva del paciente ante la enfermedad, el efecto placebo quedaría circunscrito a la mejoría causada por la expectativa que tiene el paciente de curarse al creer que está siendo realmente tratado, y podríamos llamarlo ahora “el efecto de la expectativa de mejorar”. Se reconoce, entonces, cierto efecto de mejora; ahora se trata de otorgarle la menor importancia posible y vincularlo con procesos bioquímicos que ocurren en nuestro cerebro.

Después de diferentes estudios, llegan a la conclusión de que la expectativa del paciente en su propia mejora puede influir en el alivio del dolor, aunque no parece que pueda curar ninguna enfermedad; además, estudios con técnicas exploratorias de imagen cerebral han confirmado la relación entre el efecto analgésico de la expectativa de alivio y los opioides endógenos (los segrega nuestro organismo). Ya tenemos una causa neuroquímica para explicar el efecto analgésico. Podríamos decir que el efecto placebo es una respuesta anticipada del cerebro (alivio del dolor) a la recompensa que va a obtener (mejora de la enfermedad).

En resumen, la industria farmacéutica sugiere que existe un efecto placebo en el alivio del dolor, pero no existen indicios razonables de que cure enfermedades, y este efecto placebo analgésico puede explicarse mediante mecanismos neurobiológicos. Estas conclusiones sirven de base para desprestigiar a las medicinas alternativas (homeopatía, acupuntura….) argumentando que su posible eficacia se debe simplemente al efecto placebo, no tienen ningún efecto específico causado por ellas mismas y, por tanto, es razón suficiente para no confiar en ellas porque este mismo efecto placebo actúa igualmente en el caso de cualquier tratamiento con medicamentos.

Psicología

Explica el efecto placebo como el resultado de una profunda convicción subjetiva (sugestión) basada en la eficacia de un fármaco, e incluye todo el acto médico en su conjunto, de manera que se configura el campo anímico y emocional del paciente. Al contrario que en la explicación neuroquímica anterior, es el factor psicológico operado por la sugestión quien moviliza y dirige a los sistemas nervioso, inmunológico y endocrino, poniendo de manifiesto su interrelación. El poder está dentro del enfermo, en su ánimo, en su psiquismo, solo tiene que saber cómo utilizarlo para sanarse.

Esta influencia psíquica no solo es eficaz en el paciente, sino que actúa también en el personal médico que interviene en los ensayos clínicos. Un estudio clásico que acredita lo anterior es el siguiente: se formaron dos grupos de médicos que no tenían relación entre sí en distintos hospitales; a uno de ellos se le indicó que administrarían un fármaco que había dado un resultado relativo en laboratorio, y al otro grupo se le informó de una eficacia muy superior. En realidad, la eficacia del fármaco estaba entre ambos. Lo administraron a pacientes que presentaban la misma patología. El grupo de pacientes cuyo médico tenía confianza en el fármaco superó en resultados positivos al otro grupo. Otro estudio, también clásico, revela que la eficacia de una terapia médica puede mejorar entre un 25% y un 75% si se comunican al paciente estos tres aspectos: que el tratamiento es muy potente, que su administración es complicada y, finalmente, que la terapia a seguir es muy moderna y eficaz.

La nueva biología

Presenta un tratamiento de las interacciones celulares holístico-cuántico, considerando todos los elementos que pueden interactuar con las mismas y no solo las sustancias químicas (visión reduccionista). La visión holística considera nuestro organismo inmerso en una complicada red de interacciones de campos de energía interdependientes. Estas fuerzas invisibles afectan profundamente a todas y cada una de las facetas de la regulación biológica.

La nueva física nos dice que materia y energía están íntimamente relacionadas y que el poder de influencia de la energía sobre la materia es muchísimo mayor que el que ejercen las sustancias químicas (se calcula que unas cien veces más eficaz e infinitamente más rápida). No es difícil sospechar qué tipo de terapias serán más eficaces para sanar nuestro cuerpo. De hecho, hay suficientes pruebas científicas para suponer que podríamos utilizar las ondas (energía) como agentes terapéuticos de la misma manera que modificamos estructuras químicas biológicas con fármacos.

Esta previa argumentación nos sirve para contextualizar el efecto placebo desde el punto de vista de la nueva biología. La expectativa de mejora del paciente o el poderoso poder subjetivo de sugestión radican en nuestra psique, de donde emanan nuestros pensamientos y emociones, energía sutilísima y poderosa que influye de manera directa en el control que el cerebro físico ejerce sobre la fisiología corporal.

Tanto la visión de la psicología como de la nueva ciencia coinciden con el tratamiento que han dado las civilizaciones y tradiciones antiguas al poder de nuestro mundo psíquico y su capacidad para sanar el cuerpo a través de las técnicas apropiadas. Solo por citar alguna de ellas, en el mundo griego consideraban el alma (psique) como el elemento que insufla vida al cuerpo (soma), y que ambos en conjunto deben considerarse integrados en la totalidad, tanto interna como externa. Así, Platón afirmaba en el Fedro que no se puede sanar el cuerpo sin conocer previamente el alma. Añadía también que deberíamos comprender además cómo se relaciona con el Todo.

Si tomamos ahora alguna referencia de Oriente, podemos citar a Siddharta Gautama, “el Buda”, quien nos revela en uno de los libros que recogen sus enseñanzas, el Dhammapada (Senda de la Ley) y en lugar preeminente, que “las condiciones en las cuales nos hallamos son el resultado de lo que hemos pensado, quedan fundadas en la mente, son forjadas por ella”. De acuerdo a estas filosofías del pasado, pero vigentes en la actualidad, tanto un estado de buena salud como la enfermedad van a radicar en nuestra esfera psíquica, y esto es importante porque tenemos la posibilidad de intervenir a través de nuestra mente consciente eligiendo aquellos pensamientos y emociones que contribuyan a tener un cuerpo sano y una vida saludable en su integridad.



Bibliografía: La Biología de la Creencia. (Dr. Bruce H. Lipton, 2007)
Fuente: Revista Esfinge

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